La escena es tan cruda como real: una mujer joven, un hombre y un bebé de apenas 11 meses tirados sobre un colchón mojado, en plena vereda de Ciudad del Este, bajo una lluvia que no da tregua. No hay techo. No hay abrigo. No hay nadie. Solo el asfalto, el silencio de los transeúntes y el frío de una ciudad que se ha acostumbrado a mirar para otro lado.
Esto ya no puede seguir siendo normal. No podemos resignarnos a que los niños duerman a la intemperie, crezcan sin alimento ni afecto, y vivan entre la basura, la droga y la violencia. Porque cada vez que permitimos que una criatura pase la noche bajo la lluvia, estamos condenando su futuro, estamos empujándolo hacia el abismo de la marginalidad, de la adicción, de la criminalidad. Estamos firmando una sentencia que no debería existir en un país que se dice democrático y humano.
En Ciudad del Este, estas postales se repiten. Cada vez con mayor frecuencia. Y aunque haya intervenciones puntuales, como la de CODENI en este caso, lo cierto es que no hay un plan de fondo, no hay una política pública seria, constante y estructurada para combatir esta tragedia. Solo hay parches. Albergues temporales cuando llega el frío, un plato de comida aquí, una ducha allá… pero ni un solo refugio permanente para quienes no tienen dónde caer muertos.
La madre del niño rescatado es una adicta conocida por las instituciones. El padre ni siquiera figura. La calle es su hogar. ¿Qué futuro le espera a ese niño? ¿Y cuántos más están como él? Lo que no se ve —o no se quiere ver— es que esta cadena de abandono se retroalimenta. El niño que duerme en la calle hoy, será el joven que robe mañana. No porque quiera, sino porque el sistema, que lo ignoró desde que nació, no le dio otra opción.
¿Dónde está el Estado? ¿Dónde están las autoridades municipales, departamentales y nacionales? ¿Dónde están las políticas de prevención, rehabilitación, protección? La respuesta, tristemente, está en la misma calle: ausentes.
Hay que decirlo sin medias tintas: en Ciudad del Este se están criando niños a la intemperie. Niños sin infancia, sin oportunidades, sin voz. Y mientras no se construyan refugios permanentes, no se refuercen los programas sociales, no se enfrente con seriedad el problema de las adicciones y no se trabaje en la reinserción familiar y escolar de estos menores, todo lo demás será maquillaje para una herida que sangra todos los días.Porque no se trata de un caso aislado. Se trata de una realidad que grita desde la calle y que nosotros, como sociedad, seguimos eligiendo no escuchar.