El reciente cambio en la dirección de la penitenciaría regional de Ciudad del Este expone, una vez más, la podredumbre del sistema carcelario paraguayo. En un acto de sincericidio, el nuevo director, Óscar René Aguirre Castellano, admitió sin rodeos que no podrá acabar con la corrupción imperante en la institución. Sus palabras no solo reflejan una alarmante resignación, sino que confirman lo que todos sabemos: el sistema penitenciario es un refugio de impunidad, donde drogas, celulares y otros productos ilícitos seguirán ingresando sin mayores inconvenientes.
Las declaraciones de Aguirre Castellano son, cuanto menos, indignantes. Su postura de “no ser Superman” y su renuencia a enfrentar la corrupción son la prueba de que el problema no es solo estructural, sino profundamente cultural dentro del sistema carcelario. ¿Qué se puede esperar de una administración que ni siquiera pretende luchar contra los vicios enquistados en sus propias filas? Este nivel de conformismo equivale a darles carta blanca a los funcionarios corruptos, quienes seguirán lucrando con la miseria y el caos dentro de las cárceles.
El ministro de Justicia, Rodrigo Nicora, tomó la decisión de apartar del cargo a Celso Benjamín Ozuna Riveros y colocar en su lugar a Aguirre Castellano, con el supuesto objetivo de mejorar la seguridad dentro del penal. Sin embargo, la designación de un funcionario que ya ha sido parte del sistema y que abiertamente admite su impotencia ante la corrupción solo deja en evidencia la falta de un verdadero interés en solucionar el problema de raíz. ¿Acaso el ministro de Justicia no evaluó las intenciones de su nuevo director antes de designarlo? O peor aún, ¿ya se asume que cualquier persona dentro del sistema penitenciario está condenada a convivir con la corrupción?
La penitenciaría de Ciudad del Este ha sido escenario de reiterados escándalos por la falta de control y la complicidad de sus funcionarios en el ingreso de drogas, armas y teléfonos celulares. Los cateos recientes solo confirmaron lo que se sabe desde hace años: la corrupción no es ocasional, es sistemática. Sin embargo, en lugar de tomar medidas drásticas para erradicarla, se perpetúa el mismo esquema de siempre, donde los cambios de dirección no representan más que una rotación de actores en una obra donde el guion nunca cambia.
Si el nuevo director ya se ha rendido antes de empezar, ¿qué se puede esperar para el futuro de la penitenciaría? Si los propios administradores de la cárcel no creen en la posibilidad de un cambio, entonces el mensaje que se envía a la sociedad es claro: la corrupción seguirá siendo la norma, y los delincuentes seguirán operando con total impunidad desde el interior de las cárceles.
El sistema penitenciario paraguayo necesita con urgencia una reforma profunda. No basta con cambiar de director si la corrupción sigue siendo aceptada como un mal inevitable. Se requieren medidas drásticas, desde la depuración de los funcionarios cómplices hasta la implementación de un sistema de control real y efectivo. Mientras tanto, la ciudadanía seguirá viendo cómo las cárceles del país continúan funcionando como verdaderos centros de operaciones criminales, protegidos por la negligencia y la inacción de quienes deberían combatirlas.