
Por mes, entre 20 y 25 jóvenes paraguayos son detenidos en Foz de Yguazú, Brasil, por intentar traficar drogas. Un fenómeno que ha convertido al aeropuerto internacional y al Puente de la Amistad en escenarios recurrentes de caídas de «mulas» del narcotráfico. Así lo revela Iván Airaldi, vicecónsul paraguayo en la ciudad fronteriza, quien ha reportado la preocupante situación a distintas instancias del gobierno paraguayo.
El patrón es casi siempre el mismo: jóvenes, de escasos recursos, sin antecedentes penales y con promesas de dinero rápido que apenas alcanza para subsistir unos meses. «No es un dinero que les va a solucionar la vida. Les ofrecen 1.000, 1.500 dólares por llevar la carga», explicó Airaldi.
Los operativos policiales detectan la droga en distintas presentaciones: cocaína impregnada en la ropa, camuflada en maletas o escondida en calzados. Otros intentan cruzar marihuana prensada en vehículos o a pie por rutas clandestinas. Pero al momento de ser detenidos, se encuentran en una encrucijada: no pueden delatar a quienes los contrataron porque sus familias podrían ser víctimas de represalias.
Las estructuras criminales están tan organizadas que los jóvenes ni siquiera tienen información sobre sus reclutadores. Se comunican con números de teléfono activados con documentos robados, usan nombres falsos y desconocen los detalles del operativo en el que participan.
Para estos jóvenes, la caída es rápida y sin retorno. Terminan en cárceles brasileras como la de Tres Lagoas, donde enfrentan procesos judiciales sin recursos para una defensa adecuada. El consulado paraguayo en Foz de Yguazú interviene solo para garantizar el respeto de sus derechos y notificar a sus familias, ya que no cuenta con abogados para representarlos.
Las familias, muchas veces del interior del Paraguay, viajan con lo poco que tienen para tratar de entender el proceso en un idioma que no dominan. «Vienen las madres o hermanas, con lo que les cuesta trasladarse hasta acá. Son víctimas de un sistema que las supera», lamentó Airaldi.
El trasfondo de esta situación es un engranaje criminal mucho más grande y sofisticado de lo que parece. «Es un 10 a 1: hay un grupo que pasa y otro que cae. No es aleatorio, hay un esquema detrás de esto», resaltó. Si cada día un joven es detenido con uno o dos kilos de cocaína, cabe preguntarse cuántos logran cruzar sin ser descubiertos, agregó.