En el amanecer de ayer, cargado de emociones de las cercanías del Puente de la Amistad, un grupo de peregrinos emprendió su camino hacia la Villa Serrana de Caacupé. Con rostros marcados por la esperanza y mucha fe, los recuerdos y la gratitud, cada paso impulsado por promesas que buscan cumplir y pedidos que anhelan ser escuchados por la Virgen de los Milagros, anhelan llegar sin mayores contratiempos en ocho días a la Capital Espiritual del país.
Norma Fernández, quien vino de Foz de Yguazú, Brasil, forma parte de esta caravana. Camina con determinación por segundo año consecutivo, llevando consigo una promesa que prefiere guardar en silencio, pero con un corazón agradecido por las bendiciones recibidas. “Con fe, todo se puede”, afirma mientras ajusta su mochila y sonríe a los demás compañeros.
El grupo, compuesto por jóvenes y adultos, lleva una imagen de la Virgen de Caacupé y una cruz como símbolos de devoción. Una furgoneta cargada de provisiones sigue a los caminantes, garantizando la logística necesaria para enfrentar los desafíos de los casi 300 kilómetros que separan Ciudad del Este de Caacupé.
Aldo Floretín, bombero voluntario, comenta que su unidad ha recibido solicitudes similares de capillas y grupos de peregrinación. “Esta vez les acompañamos por tres kilómetros, porque es una zona crítica. Siempre es un honor colaborar en momentos de tanta fe y esperanza”, explicó mientras ajustaba su casco antes de iniciar el recorrido con los caminantes.
Dani, uno de los más jóvenes del grupo, con apenas 21 años, comparte su historia. Este es su tercer año caminando a Caacupé, una tradición que empezó por una promesa hecha por su madre cuando él era un niño. “Cada año siento que la Virgen nos cuida en el camino. Esta travesía no es solo un esfuerzo físico, es una renovación espiritual”, reflexiona.
ESPERANZADOS
En el grupo se percibe una mezcla de experiencia y novedad. William David, de 20 años, realiza esta peregrinación por primera vez. Aunque admite cierta incertidumbre sobre lo que le espera, su entusiasmo y confianza en la Virgen son evidentes. “Es un desafío, pero sé que no estoy solo en este camino”, dice mientras ajusta sus zapatillas, listas para recorrer los kilómetros de fe.
La partida fue emotiva. Entre rezos y cánticos marianos, los peregrinos avanzan, guiados por la imagen de la Virgen y acompañados por las miradas de los curiosos y las bendiciones de quienes los observaban. Este viaje, que durará alrededor ocho días, no solo es un acto de devoción, sino también una demostración del poder de la fe compartida y de la comunidad unida por un propósito común.