El reciente operativo de la Secretaría Nacional Antidrogas (SENAD) en el Área 4 de Ciudad del Este, donde supuestamente se encontraron 90 kilos de marihuana abandonados en una plaza pública, despierta serias dudas sobre la efectividad y transparencia de los agentes encargados de combatir el narcotráfico en Paraguay. A simple vista, podría parecer un logro en la lucha contra las drogas, pero las sombras que envuelven el caso nos hacen cuestionar si realmente estamos ante un operativo exitoso o ante una farsa encubierta para proteger a los verdaderos culpables.
El relato oficial plantea que los agentes de la SENAD, mientras patrullaban la zona, descubrieron la droga tras la supuesta huida de narcotraficantes que se percataron de su presencia. No obstante, lo que debería ser un procedimiento rutinario para detener a los implicados y asegurar la droga rápidamente se convierte en un teatro mal montado cuando las propias versiones de los agentes caen en contradicciones. Primero, se alega que recibieron información sobre la presencia de traficantes en la zona, pero cuando llegaron, «milagrosamente» ya habían escapado.
Las sospechas crecen cuando fuentes internas de la SENAD afirman que, en realidad, los agentes habrían capturado a dos hombres vinculados a la marihuana. Sin embargo, tras una rápida negociación y el presunto pago de una «jugosa coima», estos delincuentes fueron liberados sin mayor inconveniente. Luego de montar la escena del hallazgo, los agentes notificaron al fiscal de turno, completando un operativo que, bajo esta luz, parece más un acto de complicidad con el narcotráfico que un esfuerzo serio por combatirlo.
Este tipo de operativos no solo ponen en tela de juicio la integridad de los agentes de la SENAD, sino que también refuerzan las justificadas sospechas de que el narcotráfico sigue floreciendo en nuestro país gracias a la complicidad de quienes, paradójicamente, deberían frenarlo. El narcotráfico, que mueve sumas astronómicas de dinero, genera incentivos difíciles de resistir para algunos funcionarios públicos, y el caso en cuestión parece ser un claro ejemplo de cómo la corrupción se infiltra en los cuerpos de seguridad.
Lo más preocupante es que este no es un hecho aislado. La liberación de narcotraficantes a cambio de sobornos y la manipulación de escenarios para ocultar la verdadera magnitud de los operativos fallidos se ha vuelto una tendencia alarmante. La ciudadanía merece saber qué ocurre realmente tras bastidores en estos operativos y exige respuestas contundentes de las autoridades. ¿Cuántos más operativos de este tipo se están llevando a cabo con resultados cuestionables? ¿Cuántos narcotraficantes son liberados tras pagar coimas, mientras las autoridades montan espectáculos para dar la impresión de que el problema está bajo control?
La lucha contra el narcotráfico no puede ser una fachada. Si la SENAD está verdaderamente comprometida con su misión, debe actuar con total transparencia y erradicar cualquier vestigio de corrupción en sus filas. Los operativos exitosos no deben medirse por la cantidad de droga incautada, sino por la cantidad de criminales llevados ante la justicia. Las maniobras dudosas que solo benefician a los narcotraficantes y manchan la reputación de la institución deben cesar de inmediato. Caso contrario, estaremos condenados a un ciclo interminable de complicidad y simulación, mientras el flagelo del narcotráfico sigue destruyendo comunidades y erosionando las bases de nuestra sociedad.
La SENAD, al igual que todas las instituciones encargadas de velar por el bienestar de la nación, debe recordar que su lealtad está con el pueblo paraguayo, no con los intereses oscuros del narcotráfico. El gobierno, por su parte, debe asumir un rol más firme en la fiscalización de estas entidades, promoviendo investigaciones serias y sanciones ejemplares a aquellos que traicionan su mandato. Hasta que no se tomen medidas claras, la sospecha seguirá siendo que los verdaderos narcotraficantes no son los que huyen, sino aquellos que, con uniforme y autoridad, los dejan escapar.