El problema de la violencia en América Latina se ha incrementado considerablemente en los últimos años, al punto de convertirse en la región más violenta del mundo. Paraguay no es la excepción a la regla, dado que un gran porcentaje de los homicidios están vinculados al crimen organizado. Diversos hechos de extrema violencia evidencian que el crimen organizado, específicamente el propulsado por facciones criminales brasileras, se ha instalado en el país y ha venido para quedarse, como suele decirse.
La causa de las muertes violentas generalmente es por el negocio del narcotráfico, o por el control del microtráfico. Está presente con cada vez mayor intensidad la mano negra de las bandas criminales “transnacionales”, como el PCC o el Comando Vermelho, vinculados con grandes cargamentos de droga que cruzan nuestro país. Todos ellos ven en Paraguay una gigantesca plaza de distribución y de lavado de sus sucias fortunas.
El crimen organizado en Paraguay se beneficia de la corrupción desbordada en todos los estamentos del poder, y las oportunidades para el crimen provienen de su posición entre los dos países de Suramérica con mayor consumo de drogas, Brasil y Argentina, y de su vecindad con uno de los centros de producción de narcóticos de mayor crecimiento en la región, Bolivia. El problema hace tiempo está diagnosticado. ¿Qué hacer? Los expertos recomiendan: “No hay que ir detrás de “soldados” o intermediarios, sino de las estructuras. Ese es el gran desafío”.
Hay que ver, pues, qué estrategias se utilizan, que son urgentes. Es hora de pasar la página de los diagnósticos, así como las de las justificaciones. Se trata, entonces, de golpear a las mafias del narcotráfico, de diezmar el negocio, de poner tras las rejas a unos ya poderosos capos. Por eso, la labor debe ser en conjunto entre la Nación, distritos afectados la Policía y los servicios de inteligencia. Aquí, de nuevo, hay que hacer un llamado para retomar hojas de ruta que ya han probado ser exitosas. Así mismo, a la justicia, que tiene que operar, apretar candados y evitar que desde las propias cárceles se siga delinquiendo.
Es evidente que en nuestro país, el narcotráfico está cada vez más poderoso. Debemos reconocer que el narcotráfico y delitos conexos se hallan en franca expansión, tanto que puede afirmarse que ya disputa la soberanía al Estado en una importante franja del territorio. Solos, ya no podremos derrotarlo. Dada la naturaleza transnacional del narcotráfico, su combate exige de la misma manera la coordinación entre los distintos países afectados y en nuestro caso, la cooperación con Brasil es imprescindible. Esperemos que el gobierno de Mario Abdo insista en este punto y tome los recaudos necesarios para, por un lado, combatir más eficientemente el narcotráfico y por el otro, proteger a la ciudadanía, que con justa razón se siente desprotegida.